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María Ramiro: Sintiendo menos, viviendo más

Mascarilla-19: violencia machista y crisis sanitaria

Maria RamiroSon tiempos difíciles para todo el mundo: permanecemos en casa para prevenir un virus con consecuencias letales para muchas/os de nosotras/os. Nos cargamos de actividades que ayuden a que los días pasen más rápido y volcamos nuestra solidaridad con nuestras/os vecinas/os así como con otras personas que tenemos cerca. Hemos demostrado en cada aplauso lo agradecidas/os que estamos a todas/os aquellas/os que siguen haciendo girar la tierra y, sin embargo, continuamos diciendo adiós a mujeres que se han enfrentado a la pandemia machista cara a cara y han perdido.

La violencia contra la mujer lleva años golpeando nuestros hogares, pero el 14 de marzo de 2020 el gobierno decretaba que todas/os debíamos quedarnos en casa.

El movimiento feminista no tardó en darse cuenta de la crueldad que suponía esto en según qué circunstancias y el Ministerio de Igualdad impulsó medidas de prevención, control y minimización de consecuencias negativas en entornos vulnerables. Se dictaminó que el 016 debía seguir funcionando y se habilitó además un servicio de chat gestionado por psicólogas expertas en la materia que hace las veces de primeros auxilios psicológicos. Desde el Colegio Oficial de Farmacéuticas/os no tardaron además en lanzar su campaña Mascarilla-19 consistente en la apertura de un protocolo contra la violencia cada vez que alguien solicita dicho producto en sus establecimientos.

La violencia machista implica muchas formas de humillación y maltrato. Por ello hemos querido hablar con María Ramiro, una asturiana de 22 años que sufrió una agresión sexual múltiple siendo muy joven y que, sin embargo, ha conseguido canalizar su vida y salir adelante.

En su libro Sintiendo menos, viviendo más nos relata su experiencia y cómo eso le cambió la vida. Comenzó siendo un diario”, nos cuenta. “Un día un familiar me dijo que por qué no intentaba escribir mi vida en un papel: no solo la agresión, también el antes y el después”.

Cuenta abiertamente como la publicación de su libro llevó a muchas chicas a ponerse en contacto con ella:

“Me cuentan historias muy personales que muchas veces desconocen incluso sus familiares y amigas/os. Desde aquí, me gustaría decirles que deben sentirse orgullosas de sí mismas por seguir luchando y, sobre todo, que se sientan parte de la solución y no del problema”.

Esa solución es un impulso a todas las mujeres para denunciar públicamente su situación.

Un empujón más hacia la lucha contra la invisibilidad: un fenómeno que envuelve la violencia sexual con el perpetuo silencio de las mujeres que la sufren y que, en muchas ocasiones, temen denunciar (legal y socialmente) por miedo al agresor o a la opinión pública.

Quiero dejar claro que, aun no siendo experta en leyes, soy consciente del dolor que produce la opinión pública.

Todas/os hemos juzgado casos con dureza cuando se vuelven de dominio público, tal vez más desde que aprendimos a escondernos tras una pantalla. Muchas veces ni siquiera nos pararnos a pensar qué supondrán nuestras palabras para quien está al otro lado.

No hace mucho saltaba a la luz el ya conocido Caso Arandina: una agresión sexual a una menor por parte de tres jugadores de un equipo de fútbol. En seguida, todas/os nos sentamos a hablar de lo que la menor hizo o dejo de hacer, con una confianza en nuestros argumentos digna de quien estuviera allí aquel día. Pocas personas trataron de analizar los hechos más allá de lo que pudiera aparecer en los 140 caracteres del último tweet de cualquiera. La realidad es que, una vez más, la opinión pública recayó sobre la víctima, culpabilizándola de los hechos.

A María Ramiro le recomendaron dar un giro a su vida y emprendió entonces un viaje que marcaría un antes y un después.

Pero ¿qué pasa cuando debes quedarte atrapada en un lugar donde todo el mundo te señala?

A mí también es el nuevo proyecto en el que trabaja María Ramiro: Junté testimonios de personas que hayan pasado situaciones de acoso, abuso, maltrato o agresión, tanto físico como psicológico. La idea es exponer esas historias de forma anónima para que la gente vea que son reales. El objetivo principal es que salgan a la luz y que esas supervivientes vean que pueden ayudar a muchas más personas”.

Un proyecto que aúna los recuerdos más oscuros de muchas mujeres pero que arroja mucha luz ante una situación insostenible.

Pese a las medidas del Ministerio de Igualdad, las consultas de violencia machista durante esta crisis sanitaria, respecto al mismo periodo del año pasado aumentan cerca de un 200%. Seguramente, los datos de las agresiones sexuales por parte de desconocidos hayan disminuido. No se trata de ningún avance social, simplemente de una consecuencia directa de nuestra situación de aislamiento frente al Covid-19. Sin embargo, el 85% de los abusos o las agresiones sexuales provienen de personas a quienes conocemos, muchas de ellas incluso forman parte de nuestra familia.

Convivir en un estado continuo de alerta previniendo las posibles amenazas físicas además de la angustia derivada de un encierro temporal contribuyen a que nuestro estado psicológico empeore.

Los efectos secundarios de la violencia machista rara vez son tenidos en cuenta por quienes rodean a la víctima que termina generando patologías psiquiátricas desde la depresión hasta el trastorno disociativo de la realidad.

Es recurrente el tema de ¿Qué ocurre con las víctimas de violencia machista durante la crisis sanitaria del Coronavirus? La violencia sexual, en menores y mayores de edad, es un apéndice de ese sistema que nos somete y nos atormenta, ahora 24 horas al día. ¿Os imagináis, por un momento, lo que supone estar aislada con la persona que ejerce violencia sobre ti? ¿Os imagináis el miedo o la ansiedad?

A pesar de los años, y de la distancia, María Ramiro continúa teniendo pesadillas.

Maria Ramiro

En su libro habla de la importancia que el mar tiene en su vida y cómo eso le ha ayudado a canalizar sus sentimientos en muchas ocasiones: “El mar para mí es una fuente de desahogo y me transmite mucha paz”. Y, desde su experiencia, nos invita a crear un entorno cálido en nuestra mente para mantenernos a salvo.

Aridane Cuevas


La violencia sí tiene género.

Hoy es 25 de noviembre y debemos hablar de las 52 personas que han sido asesinadas en este último año,personas que eran racializadas, blancas, heteros, LGTB+ o que tenían algún tipo de discapacidad. Personas con familias: hijos, hijas, padres, madres, hermanos o hermanas, que tenían amigos y amigas estudiaban o trabajaban. Personas que reían, lloraban y sentían. Han sido 52 las personas a las que han quitado la vida en este último en España, 52 personas que casualmente eran mujeres y que, casualmente, fueron asesinadas por sus parejas sentimentales que son hombres, que son maltratadores. La violencia machista en este país se ha llevado, otro año más, 52 voces de mujeres. Además, son cientos y miles las mujeres que día tras día sufrimos no sólo violencia física, también sufrimos violencia estructural, económica, psicológica, sexual y ambiental. Las víctimas mortales son sólo la punta visible de una estructura patriarcal que día tras día, noche tras noche, nos ataca, nos humilla, nos viola y nos maltrata. Todas ellas tenían una cosa en común, todas ellas tenían nombre de mujeres y les han quitado la vida precisamente por eso, por el simple hecho de ser mujeres, por estar por debajo, por ser una minoría más dentro de esta sociedad.

Al conocer los datos a los que todas tenemos acceso, al ser conscientes de la cantidad de mujeres asesinadas que no han sido contadas, cuando las mujeres comenzamos a empoderarnos y a formarnos de las violencias que sufrimos día tras día, quejarnos, gritar de rabia y educar es lo único que nos queda. Es esto mismo, lo único que nos queda, lo que están tratando de arrebatarnos. Tenemos que ver a cinco señores salir con un pancarta que pone La violencia no tiene género obviando, olvidando y menospreciando a todas las mujeres víctimas de este sistema. Tenemos que escuchar que nos digan que cuando hablamos de feminismo o de diversidad sexual en los centros escolares lo que estamos haciendo es adoctrinar, al parecer explicar una realidad, crear mentes críticas y formar a las personas para que sean un poco más empáticas es adoctrinar. Estamos muy agotadas, cabreadas y tristes por volver a escuchar discursos que creíamos superados en este país. Ver que vamos dando pasos cortos en el terreno de la igualdad, llegan las elecciones y ves que de repente hay 52 escaños más de fascistas en el Congreso de los Diputados.

Están obviando una realidad, están olvidando a las asesinadas y están desplazando y negando recursos, medios y leyes a las minorías, todo esto mientras se envuelven en su bandera, una bandera que cada vez nos representa menos, que cada vez nos da más vergüenza.

Compañeras, sé que el panorama actual se muestra muy desolador pero recordad que estamos juntas en esto, que ninguna voz machista y patriarcal nos va a callar porque le joda a quien le joda las feministas, el colectivo LGTB+ y las personas racializadas seguimos existiendo y es muy duro pensar que nuestra simple existencia es un peligro, pero contra el fascismo sólo nos queda la resistencia.Defender lo que somos, defender el terreno que intentan arrebatarnos y educar es lo que debemos hacer ahora mismo. Seguiremos dando charlas en institutos, seguiremos hablando de nuestra realidad, de que nos están asesinando y seguiremos gritando porque se lo debemos a todas y cada una de las víctimas.

Por todas y cada una de nosotras, por las que no están y por las que vendrán.
Porque un día podamos descansar y ya no sea necesario luchar por nuestros derechos.
Porque, ojala, este sea el último 25N que tenemos que recordar.
Por vosotras, compañeras, esta lucha no descansa y no nos callarán ni ahora, ni nunca.

Lucía Fernandez

Ilustración de Sara Chana


Mil piezas.

Categoría: 25 N , Articulo

Recuerdo crecer entre nubes de algodón de azúcar y bonitos vestidos.

Recuerdo la sonrisa de mi madre y su mano acariciando mis mejillas.

Recuerdo los dulces besos que mi padre me daba en la frente cuando volvía de trabajar.

Las vacaciones de verano en el pueblo rodeada de mi familia: los achuchones de la abuela, los chistes raros del abuelo, los ronquidos de mi primo Germán, las largas caminatas por el monte y la luz del sol sobre la piscina cada atardecer.

Recuerdo los clientes de mi padre, hombres prestigiosos y trajeados a los que imaginaba en el parque con sus familias: sus dulces mujeres y sus bellas hijas.

Cuando tenía 10 años no conocía la palabra estereotipo, tampoco sabía lo que era la desigualdad. Ni mucho menos el rol que jugaba yo por ser mujer. Simplemente me parecía que todo el mundo era tan feliz como, en ocasiones, lo era yo también. Adoraba las películas con finales felices y estaba segura de que el mío también sería así.

Me veo a mí misma tumbada en un jardín enorme, con el sol de mediodía iluminando mi cara. Me imagino riéndome a carcajadas, disfrutando de mi vida, disfrutando de mi familia, de mi madre…

También recuerdo como todo cambió.

Recuerdo los gritos de mi padre y los sollozos de mi madre. Recuerdo los moratones y cómo tenía que ayudarla a cubrirlos. Lo necesario que era que yo guardase silencio y no contase nada de lo que sucedía en mi casa a los de fuera.

Recuerdo a mi padre encima de mi madre mientras ella lloraba y le suplicaba que parase.

Recuerdo el último golpe de mi padre y la sangre de mi madre en los zapatos nuevos del colegio.

Recuerdo la rabia, la impotencia, el dolor, las lágrimas…y a muy duras penas, su voz.

(…)

¿Os imagináis cuantas niñas y niños habrán vivido una historia como esta?

Este año son 111 las mujeres que, en este país, han sido asesinadas a manos de su pareja o expareja. Y sí, digo 111 porque cuando un juez no emite un resultado favorable para una sentencia de violencia de género, no significa que no la haya, sino que la justicia de este país sirve a verdugos en lugar de a víctimas.

Ayer, 25 de Noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, se produjo un asesinato más en nuestro estado. Otro doloroso adiós que deja atrás una familia rota por la ausencia de una forma de amar sana, libre de agresiones y de miedos.

Ayer, como todos los 25 de noviembre, acudimos en Gijón al Parque de Begoña para honrar a todas las mujeres que han sido asesinadas durante el último año, un acto muy emotivo en el que cientos de personas se consagran para escuchar una última vez sus nombres.

Esta mañana, el ciclo de la violencia de un estado que permanece ausente ante los gritos de miles de personas que piden el fin de esta masacre, nos golpea de nuevo. Un acto simbólico que azota y revictimiza a todas las mujeres asesinadas, a todas las que estamos en pie. El árbol donde se cuelgan los nombres de ellas ha sido destrozado a manos de personas insensibles que niegan la realidad.

Una de las pintadas que acompañaban este acto de vandalismo rezaba “la violencia no tiene género”. Pero si lo tiene. Lo tiene porque una sociedad que sigue oprimiendo a mujeres en cualquier parte del mundo por el simple hecho de serlo es una sociedad que juzga y ajusticia en base a su propio criterio. Es por ello que debemos seguir luchando para que la equidad sea real entre mujeres y hombres. Para que se extinga cualquier tipo de actitud machista, violenta.

Ojalá llegue el día en el que ninguna de estas historias se repita y en el que podamos ver el 25N como algo obsoleto. De momento solo podemos continuar con nuestra lucha por una sociedad libre de agresiones machistas.

YO POR ELLAS MADRE, ELLAS POR MÍ.

Ilustración de Sara Chana.

 

Aridane Cuevas Rodríguez.


25 de Noviembre

Últimamente cada vez pienso más en vosotras, a muchas ni siquiera os conocía pero poco importa porque cuando descubres el feminismo te das cuenta que muchas de ellas son compañeras y hermanas. Por esto, por este sentimiento de sororidad, no os podéis imaginar lo que duele pensar que muchas de vosotras ya no estáis, ya no está vuestra voz, vuestro sueño de viajar a París o el de ser profesora, ese abrazo que le dabais a vuestra madre o ese beso a vuestra hija ya nunca lo podrá sentir, esa cara que ponéis cuando estáis felices, todo esto ha desaparecido y no puedo evitar en el cómo ha desaparecido.

Quizás alguna de vosotras conoció a su pareja en el Instituto y pensó que sería para siempre, pero cuando él se ponía celoso era normal porque así nos lo enseñaron de pequeñas, es normal que te empiece a controlar la ropa que usas, tus amigas te avisaron pero el sistema cisheteropatriarcal te ha enseñado muy bien que no eres nada si no estás con un hombre, porque tú y tu vida ahora dependen de él y de su voz. Empieza el bucle de:

Hostia – no volverá a pasar – hostia – lo siento, sabes que a veces me cuesta controlarme – primera paliza – tú provocas que me ponga así – primera vez en el hospital – dí que te has caído por las escaleras y vamos a casa – primera paliza mortal – una familia destrozada y un maltratador que sigue en la calle.

Año tras año cientos de mujeres somos asesinadas, menospreciadas y violadas por nuestras parejas, nuestros familiares y nuestros amigos. Desde el 2003 han sido asesinadas más de 900 mujeres y menores, esta situación empieza a ser insostenible y agotadora para muchas de nosotras. Exigimos unos cambios en la justicia patriarcal que no nos protege, en la cultura de violación y en la educación que estamos dando a nuestros menores.

Desde aquí, por todas las que no estáis, no os preocupéis porque hoy 25 de Noviembre vamos a gritar más que nunca por todas vosotras.

           Yo por ellas madre, ellas por mí. Resultado de imagen de mano feminista

[Texto de Lucía Fernández García]


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